Retomas Discursivas en Tiempos de Convergencia Producción, Circulación y Consumo

El destino de las noticias en la era del coronavirus. ¿Puede un ecosistema mediático frágil sobrevivir a la pandemia?

El destino de las noticias en la era del coronavirus. ¿Puede un ecosistema mediático frágil sobrevivir a la pandemia?

Michael Luo

The New Yorker, 29 de marzo de 2020

Traducción de Nicolás Canedo[1]

[1] Nicolás Canedo es profesor e investigador de la Universidad de Buenos Aires. Su área de desempeño es la semiótica de los medios.

 

Nota preliminar

El siguiente artículo fue publicado el 29 de marzo en el sitio web del periódico estadounidense The New Yorker. Tuve la oportunidad de leerlo luego de que en la cátedra de Semiótica de los Medios y en su grupo de investigación se dieran algunos debates interesantes respecto a las nuevas condiciones de producción, circulación y recepción de la prensa gráfica en la actualidad.

Si seguimos la vertiente sociosemiótica, los medios masivos de comunicación no pueden reducirse a meras tecnologías, sino que se definen en gran medida por sus usos sociales. Así pues, cambios significativos en las esferas de la producción, la circulación y el consumo impactan en los medios y redefinen muchas de sus propiedades históricas. Tal es el escenario que implicó para medios como la prensa gráfica –entre tantos otros– la llamada convergencia digital, que nos sitúa de algún modo en un nuevo ecosistema mediático (sin soslayar el dato para nada menor de que muchas de las corporaciones que lideran este movimiento son “las mismas” que hace varias décadas, como el artículo ilustra claramente).

Quizás para quienes ejercemos la mirada semiótica, ya sea en la docencia o la investigación (o incluso para quienes la estudian y tienen su primer acercamiento a ella) es fácil “enfrascarnos” en una comprensión predominantemente discursiva de fenómenos que responden también a otras lógicas. Tal tendencia me resulta evidente en algunos reduccionismos y formulaciones aprendidas que se reproducen entre docentes y estudiantes, tales como decir, por ejemplo, que las condiciones productivas de un discurso son “otros discursos”. En ese sentido, me parece destacable el aporte de Eliseo Verón en su artículo “Prensa gráfica y teoría de los discursos sociales: producción, recepción, regulación” (publicado en Fragmentos de un tejido, 2004, Barcelona: Gedisa) al cual hacía alusión en el párrafo anterior. Allí Verón nos invita a observar al entramado complejo entre los títulos de referencia (lo que podríamos llamar coloquialmente “las publicaciones”), las corporaciones que los producen, la masa de lectores y los auspiciantes como parte fundamental de las condiciones productivas de los discursos de prensa. Es decir, nos invita a mirar cómo está estructurada, para cada medio (prensa, cine, radio, televisión) su industria.

Quienes buscamos continuar ese camino de comprensión propuesto por Verón hacia los nuevos escenarios mediáticos encontraremos en artículos como el que sigue buenas descripciones de ese funcionamiento estructural de la prensa gráfica hoy, en este caso en Estados Unidos, que por el tamaño y la influencia de su sistema de medios parece digno de nuestra atención. Si bien no se trata de un enfoque semiótico, nada nos impide a nosotros leerlo en esa clave; preguntarnos por los contratos de lectura, las representaciones del mundo y los modos en que somos interpelados como ciudadanos, en este nuevo escenario mediático.

Agradezco a Adrián Troitiño, a Amparo Rocha y María Elena Bitonte por revisar la traducción y por sus aportes valiosos al texto.

 

Nicolás Canedo

 

 

El destino de las noticias en la era del coronavirus. ¿Puede un ecosistema mediático frágil sobrevivir a la pandemia?

Michael Luo

 

En 2009, mientras la economía luchaba para recuperarse de la Gran Recesión, ejecutivos del New York Times entraron en un vigoroso debate interno. Intentaban decidir si su contenido debería tener un “muro de pago” [paywall], y por lo tanto ser accesible solamente a quienes tuvieran suscripciones pagas. Había argumentos convincentes en ambas posiciones. No era del todo claro que la gente estuviera dispuesta a pagar por las noticias; implementando el modelo de suscripción paga, el Times se arriesgaba a fagocitar su enorme audiencia digital. Pero los ingresos por publicidad, tanto online como en papel, se estaban desplomando, y el periódico necesitaba desesperadamente nuevas fuentes de ingresos. Para analizar el asunto, Arthur Sulzberger Jr., el entonces editor, convocó a comités internos y contrató a consultores externos. La dirección del Times, mientras tanto, tomó medidas drásticas para estabilizar financieramente a la compañía, tomando prestado doscientos cincuenta millones de dólares del multimillonario mexicano Carlos Slim, achicando su sala de redacción y reduciendo los dividendos de los miembros de la familia Sulzberger. En una reunión final de la sala de redacción y los líderes del departamento de negocios, ambos bandos presentaron sus casos. Sulzberger favoreció a aquellos que proponían el cobro por el acceso digital.

El 28 de marzo de 2011, el Times introdujo un “muro de pago suave” [metered paywall]. La gente podía leer hasta veinte artículos mensuales de forma gratuita; a partir de ahí, se les requería abonar un plan de suscripción. En un artículo publicado en el Times justo antes del lanzamiento, Sulzberger y Janet Robinson, la directora ejecutiva de ese momento, explicaron que lo hacían en consideración del futuro a largo plazo del periódico. “No es una apuesta para este año”, le dijo Sulzberger al escritor Jeremy W. Peters. “Lo que habrá que ver —escribió Peters— es si la apuesta es exitosa en 2015, o 2020, o si es que alguna vez lo es”.

Nueve años más tarde, la apuesta dio frutos. El Times tiene ahora más de cinco millones de suscriptores y su sala de redacción ha incorporado a más de mil setecientos periodistas, la mayor cantidad que haya tenido jamás. Desde entonces muchas otras publicaciones con trayectoria han delineado sus propios muros de pago suaves, incluyendo al Washington Post en 2013, The New Yorker en 2014 y The Atlantic, el año pasado. Los periódicos locales de todo el país, afectados por el colapso de los avisos clasificados, el declive de la circulación impresa y la disminución de los ingresos por publicidad, los imitaron pero con mucho menos éxito. En los últimos años, el Times aumentó de manera sostenida las restricciones de su muro de pago, otorgando menos artículos gratuitos, en su búsqueda de convencer a cada vez más lectores de suscribirse. (The New Yorker ha adoptado una estrategia similar.)

El giro hacia los muros de pago ha sido una bendición para el periodismo de calidad. En vez de perseguir las tendencias en los motores de búsqueda y en las redes sociales, las publicaciones sostenidas con suscripción pueden enfocarse en producir periodismo por el que vale la pena pagar, lo que les permitió apostar por formas muy diversas y originales de brindar información. Hoy una pequeña elite de publicaciones ha encontrado una manera sostenible de respaldar su periodismo a través de los lectores en lugar de los auspiciantes. El Times y el Post, en particular, han prosperado en la era de Trump. También lo han hecho startups impulsadas por suscripciones, como The Information, el cual aborda la industria de la tecnología y cobra trescientos noventa y nueve dólares al año. Mientras tanto, muchas de las publicaciones de lectura gratuita que todavía dependen de los ingresos por publicidad —incluyendo a los que fueron sensación en la revolución de los medios digitales como BuzzFeed, Vice, HuffPost, Mic, Mashable y los títulos dentro de Vox Media— han trabajado para encontrar modelos de negocios viables.

Muchas de estas compañías atrajeron cientos de millones de dólares en capitales de riesgo, y han construido salas de redacción considerables. Aun así, han penado para triunfar como negocios, en parte porque Google y Facebook toman el excedente de los ingresos provenientes de la publicidad digital. Algunos sitios se han visto obligados a cerrar; otros han recortado sus staffs y retraído sus ambiciones periodísticas. Existen sitios de noticias gratuitos que continúan atrayendo audiencias descomunales: CNN y Fox News, por ejemplo, que registran más de cien millones de visitas por mes. Pero las noticias en estos sitios tienden a ser mercantilizadas. La velocidad es prioridad, no la complejidad y la profundidad.

Una prensa robusta e independiente es ampliamente ponderada como una parte esencial del funcionamiento democrático. Ayuda a mantener a los ciudadanos informados; también sirve como un bastión contra los rumores, las verdades a medias y la propaganda que prolifera en las plataformas digitales. Es un problema, por lo tanto, que la mayoría del periodismo de la más alta calidad esté detrás de los muros de pago. En las últimas semanas, reconociendo el valor que tiene durante la pandemia la información oportuna, basada en hechos, el Times, The Atlantic, el Wall Street Journal, el Washington Post, y otras publicaciones –incluyendo a The New Yorker– han relajado sus muros de pago para las partes referidas a la cobertura del coronavirus. Pero no está claro por cuánto tiempo sostendrán su compromiso de mantener el acceso, conforme se prolonga el estado de emergencia. La crisis del coronavirus se encamina a absorber todos los aspectos de la sociedad y a provocar dislocaciones económicas y disrupciones sociales a gran escala que pondrán a prueba nuestros procesos políticos e instituciones más allá de los riesgos sanitarios inmediatos. Con la desinformación emanada por la administración Trump, la necesidad de información confiable y accesible es más urgente que nunca. Aún así el apagón económico creado por la propagación del covid-19 promete diezmar el ingreso por publicidad, lo cual puede condenar a más medios digitales y a periódicos locales.

Es fácil subestimar el desequilibrio de información en la sociedad estadounidense. Después de todo, “la información” nunca nos ha parecido más accesible. Un par de golpes de teclado en un buscador de internet instantáneamente nos conectan con una cantidad ilimitada de contenido digital. En Facebook, Instagram, y otras plataformas, gente que puede no estar buscando noticias intencionalmente las encuentra de todos modos. Y aun así la aparente ubicuidad de las noticias y la información es engañosa. Entre 2004 y 2018, casi uno de cada cinco periódicos estadounidenses cerró; en ese tiempo, los periódicos impresos perdieron casi la mitad de sus empleados. Las ediciones nativas digitales emplean solamente una fracción del disminuido número de periodistas que aún permanecen en las publicaciones de trayectoria, y el empleo en las salas de noticias de televisión de broadcasting sigue el mismo camino que la prensa escrita. En cierto punto, las noticias son un producto manufacturado por los periodistas. Menos periodistas quiere decir menos noticias. Los afluentes que alimentan el río de la información se han estado secando. Quedan algunos manantiales de periodismo de calidad; la mayoría se hallan detrás de muros de pago.

Un informe publicado el año pasado por el Instituto para el Estudio del Periodismo de Reuters mapea la división que está emergiendo entre los lectores de noticias. La proporción de gente en los Estados Unidos que paga por noticias online sigue siendo pequeña: solo el dieciséis por ciento. Estos lectores tienden a ser más adinerados, y son más propensos a tener una educación de nivel superior; también son significativamente más propensos a considerar a las noticias confiables. Los datos sugieren que las disparidades en el nivel de confianza que las personas tienen en su consumo de noticias, están probablemente condicionadas por la calidad de las noticias que consumen.

En el libro Breaking News, publicado en 2018, Alan Rusbridger, el ex-jefe de edición de The Guardian, describe argumentos contenciosos en el periódico sobre la imposición de un muro de pago. Rusbridger escribe que él y otros que se opusieron a cobrar por acceso digital se preocupaban “porque la mejor información fuera restringida a aquellos que puedan pagar por ella, mientras el resto se alimenta de las sobras”. Recuerda una cena a la que asistió en 2016, en el hotel Savoy, en Londres, organizada por el Times, en la cual Dean Baquet, su editor ejecutivo de ese entonces, compartió su preocupación sobre “la nueva realidad en la cual el 98 por ciento de los estadounidenses está ahora excluido del periodismo del New York Times y puede que se las tenga que arreglar con información deficiente”. Rusbridger sintetiza el dilema: “En un mundo de información casi ilimitada, la mejor sería accesible solo a los más ricos. El resto de los estadounidenses se tendrían que arreglar con un océano de cosas gratis; algunas verdaderas, otras falsas”. (The Guardian, que es uno de los sitios de lengua inglesa más populares, es propiedad de Scott Trust, quien se propuso asegurar su independencia de manera perpetua; sigue siendo gratuito).

Recientemente, Ben Smith y Lydia Polgreen, los editores en jefe de BuzzFeed News y HuffPost, respectivamente, anunciaron que dejaban sus puestos –Smith para escribir una columna sobre medios en el Times, Polgreen para convertirse en la coordinadora de contenidos de la compañía de podcasts Gimlet Media. Sus decisiones, anunciadas ambas a pocos días una de la otra, parecieron un punto de inflexión para la industria. Durante su estadía en el HuffPost, que es de lectura gratuita, Polgreen viró su sala de redacción de trescientas personas lejos de la agregación y el contenido generado por usuarios y más cerca de la elaboración original de información. En BuzzFeed News, que también se financia con publicidad, Smith condujo una sala de redacción de doscientas personas y construyó un gran equipo de investigación, que incluyó a dos reporteros nominados como finalistas para el Premio Pulitzer. A pesar de atraer a decenas de millones de lectores, ambas han sucumbido a presiones financieras importantes. En 2019, BuzzFeed redujo el quince por ciento de su staff; el mismo año, Verizon Media –el dueño de HuffPost– llevó a cabo una reducción del siete por ciento de todas sus propiedades. (También es dueño de AOL, Yahoo! y TechCrunch).

Polgreen me dijo que su desdén por la calidad de las noticias disponible para gran parte del público contribuyó con su decisión, hace tres años, de renunciar a una posición de cabecera en el Times y tomar la posición de Arianna Huffington, fundadora del HuffPost. “Una de las mayores razones por las cuales dejé el Times y vine a HuffPost era, luego de la victoria de Trump, pensar que el tipo de desigualdad que veíamos en muchas partes de la sociedad se estaba dando también en los medios”, dijo. “Estas organizaciones tradicionales de noticias –sus audiencias centrales son las personas más ricas, mejor informadas, más educadas, los consumidores más privilegiados”. Polgreen dijo que quería trabajar en noticias digitales para “personas que nunca iban a suscribirse al New York Times”.

El año pasado, Polgreen publicó una columna en el Guardian advirtiendo sobre la amenaza que supone el “colapso del ecosistema informativo”. En su artículo, ella insta a los anunciantes a considerar los modos en los que ellos mismos contribuyen con su destrucción; ellos pueden, sugiere, comprar publicidad “en plataformas que ralenticen, más que incrementen, el ritmo del colapso del ecosistema informativo”. Una compañía, por lo tanto, puede decidir si una porción de su presupuesto de marketing debería estar reservada específicamente para sitios de noticias de alta calidad, en contraposición a las redes de publicidad digital administradas por Google o Facebook. “La retirada de los dólares de publicidad sería la manera más poderosa de cambiar las prácticas de compañías que contribuyen más poderosamente a la crisis del ecosistema informativo”, escribe.

Una solución del todo diferente para sostener al periodismo es el modelo sin fines de lucro. ProPublica, una sala de noticias de investigación fundada en 2007, ahora emplea a más de cien personas. The Texas Tribune, un exitoso medio de noticias locales, y el Marshall Project, que se enfoca en temas de justicia criminal, son también sin fines de lucro. La audiencia total para el periodismo sin fines de lucro, sin embargo, es todavía muy limitada. El año pasado The Salt Lake Tribune recibió la autorización del Servicio de Rentas Internas para convertirse en el primer diario tradicional en Estados Unidos sin fines de lucro. El propietario y editor del Tribune, Paul Huntsman –hijo del multimillonario Jon Hunstman–, inició el movimiento. La propiedad de los periódicos locales se volvió cada vez más concentrada; fondos de cobertura y firmas de capitales privados han empezado a comprar periódicos como activos financieramente endebles. La consolidación de este fenómeno hace menos probable que la decisión del Tribune sea replicada a gran escala.

En su nuevo libro ¿Democracia sin periodismo?, Victor Pickard, un profesor de la Escuela Annenberg de Comunicación de la Universidad de Pennsylvania, argumenta que el modelo comercial que sostuvo a los periódicos por ciento cincuenta años no tiene arreglo. “Sin un sistema de medios informativos viable, la democracia es reducida a un ideal inalcanzable”, escribe. Pickard promulga por un sistema de medios públicos más robusto –una versión americana de la BBC– que pueda “proveer una base para información confiable y actuar como una red de seguridad para cuando el mercado no logre producir la cantidad adecuada de informaciones”. (Los presupuestos de la National Public Radio –y el Public Broadcasting System comprenden solamente una pequeña porción proveniente de asignaciones del Gobierno). Es un argumento persuasivo, aunque requiere un compromiso financiero considerable del gobierno federal –Pickard propone treinta mil millones de dólares. El desembolso “puede parecer grande, pero con relación a la escala y al tipo de problema –una necesidad de primer orden a la par de la salud pública, el ejército, y otros gastos no negociables, es en realidad un propósito modesto”, escribe.

 

Por ahora, aquellos preocupados por el acceso amplio al periodismo de calidad pueden solamente esperanzarse con que la industria de medios digitales encuentre su camino. El cataclismo económico causado por la pandemia del coronavirus promete hacerlo incluso más difícil. En años recientes, algunas ediciones digitales han mostrado signos de sustentabilidad. Vox Media, que incluye el sitio de periodismo explicativo Vox y también Eater, Recode y Curbed, es, según se informa, redituable. (En septiembre, la compañía compró New York Magazine). Politico, que vio el surgimiento de sus ingresos luego de la elección de Donald Trump, lleva ahora más de una década en el negocio. Axios, fundada en 2016 por un grupo que se escindió de Politico, también ha tenido éxito.

Tanto HuffPost y BuzzFeed han trabajado para generar ingresos más allá de la publicidad. Han lanzado programas de membresías, por medio de los cuales los lectores pueden apoyar su periodismo. (Un esfuerzo similar de membresía en el Guardian, que empezó el año pasado, ayudó al periódico a registrar su primera ganancia operativa en dos décadas). HuffPost ha experimentado con eventos en vivo. El año pasado, BuzzFeed contrató a Samantha Henig, proveniente del Times, como su editora ejecutiva, para que se encargara de construir nuevos flujos de ingresos para la organización.

Ambos títulos se benefician de estar instalados en corporaciones mediáticas muy diversificadas: el dueño de HuffPost, Verizon Media, es una subsidiaria de un gigante de las telecomunicaciones; aunque su nueva división continúa perdiendo dinero, BuzzFeed ha sido, con todo, redituable en la segunda mitad de 2019, gracias a las devoluciones del e-commerce, video, tarifas de licencia y varias formas de publicidad. Pero el gran apagón económico por la propagación del coronavirus causará que estos y muchos otros cauces de ingresos se sequen. El miércoles, en un memo interno al staff de BuzzFeed, Jonah Peretti, el co-fundador de la compañía y director ejecutivo, anunció reducciones salariales para la mayoría de los empleados que van del cinco al veinticinco por ciento. Peretti también dijo que renunciaría a su salario mientras dure la crisis. “Estamos en mejor posición que muchos otros, pero también estamos en un mundo nuevo que va a poner a las industrias bajo una seria presión”, escribió. “Aunque estemos encaminados a ser redituables este año, el impacto del coronavirus en la economía global, con certeza, va a causar que la compañía pierda dinero, incluso si tomamos acciones agresivas de control de gastos”.

En las próximas semanas y meses, mientras la pandemia del covid-19 continúa con su camino de destrucción, se alterará el tejido del país. La enfermedad ya ha expuesto la fragilidad del sistema de salud americano, exhibiendo sus puntos débiles y mostrándonos dónde es fácilmente sobrepasado. Lo mismo ocurrirá con otros sistemas, incluido el ecosistema mediático. La pregunta a este punto es cuánto de esto podrá sobrevivir, y cuánto será reconstruido.

 

Traducción, Nicolás Canedo

Universidad de Buenos Aires

[1] Nicolás Canedo es profesor e investigador de la Universidad de Buenos Aires. Su área de desempeño es la semiótica de los medios.